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840 veces Satie

  • lauraragucci
  • hace 3 días
  • 4 Min. de lectura

A cien años de su muerte, Vexations, su obra más controversial, se presenta en el teatro Colón de Buenos Aires.


Éric Alfred Leslie Satie nació el 17 de mayo de 1866 en Normandía. Vivió una niñez agitada, entre la Normandía y París, signada por las pérdidas. Su madre muere cuando tiene apenas 6 años y a los 8 pierde a su otro gran sostén, su abuela. Con 13 años ingresa al conservatorio de París, pero no lo consideran los suficientemente talentoso. Satie no se desanima y al llegar a la mayoría de edad se muda a Montmartre.

El joven Satie se transforma en un habitué del café-cabaret Le Chat Noir, donde se dan cita varios artistas de la época. De ese período son sus obras más reconocidas, las Gymnopédies y Gnossiennes. Se hace amigo del crítico Jósephin Péladan, quién lo convierte en el maestro de capilla de la orden rosacruz. Sin embargo es su romance con la pintora impresionista Suzanne Valadón, lo que lo marca para siempre. Luego de seis meses de pasión, ella lo abandona y Satie compone Vexations.


Vexations - Teatro Colón - 2025
Vexations - Teatro Colón - 2025

En esa breve melodía se resume el dolor que le provoca el abandono de Valadón y su frustración ante la constante comparación de su obra con la de Wagner. Ambos compartían su alejamiento de las armonías tradicionales, pero las piezas de Satie son sencillas y contenidas, mientras que las de Wagner buscan gran intensidad emocional y grandeza. Muchos expertos criticaban la brevedad de sus obras. Quizás por eso, Satie agrega un epígrafe a Vexations, indicando que la pieza deberá ejecutarse 840 veces, sin pausas. El compositor británico Bryars comentó al respecto que Vexations es “una especie de anillo de los Nibelungos para pobres”.


Recambio de pianistas - Vexations - Teatro Colón 2025
Recambio de pianistas - Vexations - Teatro Colón 2025

Satie jamás interpretó esta pieza, tampoco habló de ella y no la publicó. El manuscrito fue hallado a su muerte, junto con otra obra compuesta para su gran amor. Vexations consta de sólo 18 notas y 8 compases y no fue escrita para ningún instrumento en particular. Varias de sus características la han transformado en una pieza icónica. Por una parte, es uno de los primeros ejemplos de melodía atonal. Se la considera también precursora de la música serial. A pesar de su sencillez, se vuelve inabarcable y resulta una verdadera prueba a la capacidad de escucha, más que a la de ejecución.

John Cage, gran admirador de Satie, rescata el manuscrito del olvido. Convoca a un grupo de pianistas amigos y presenta la enigmática pieza por primera vez al público en septiembre de 1963. El concierto dura casi 19 horas, los asistentes deben fichar al ingresar a la sala y se les devuelve parte del costo de la entrada, en función de cuánto permanezcan en el concierto. Los pianistas se turnan, alternadamente, hasta completar las 840 repeticiones exigidas por el compositor. Sólo una persona permaneció en la sala durante toda la función y Howard Klein, el renombrado crítico del New York Times, declaró que se quedó dormido luego de las primeras horas.

A pesar de todo, Vexations ha logrado instalarse en el canon pianístico del repertorio clásico y varias interpretaciones públicas siguieron a la de Cage y sus amigos. En 2025 el pianista alemán Igor Levit en colaboración con la artista plástica Marina Abramovic, interpretó las 840 repeticiones en el Queen Elizabeth Hall de Londres. 150 personas pagaron para asistir a la función completa, mientras que otras tantas compraron tickets para períodos de una hora.

Hoy, 14 de noviembre de 2025 es el turno del Teatro Colón de Buenos Aires. Para celebrar los 100 años de la muerte de su compositor, la pieza Vexations será interpretada en el Centro de Experimentación del primer subsuelo del teatro. El concierto convocó a un nutrido público, en el que no faltaron los turistas, lo que demuestra la insaciable avidez de las escena cultural porteña. Durante 24 horas los espectadores podrán entrar y salir libremente, mientas unos 80 pianistas de distintas edades y nacionalidades, tocarán la partitura durante varios minutos cada uno.


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El espacio del subsuelo fue aislado con gruesos cortinados negros. Unas doscientas sillas, dispuestas en gradas alrededor del piano, permiten que los espectadores se sienten cómodamente. Los más jóvenes prefieren los almohadones que cubren el suelo a escasa distancia del piano. En la pared de fondo se proyecta un video abstracto en colores neutros, cuyo ritmo contrasta fuertemente con la lentitud de la pieza. Durante la noche del viernes llegamos a ser casi 300 personas. El sábado temprano éramos sólo unas 100.

Este concierto representa un verdadero desafío a la capacidad de conexión del público, que sigue abismándose en las mínimas diferencias entre cada interpretación, las pequeñas pausas, la diferencia en duración de una nota o un silencio. Algunos se van, agotados, a los pocos minutos. Otros, en cambio, pasan a integrarse a una especie de meditación colectiva, en la que el sonido, hipnótico merced a la reiteración, se vuelve tiempo. Un absoluto que no conoce principio ni fin. Una experiencia distinta.

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